martes

VIAJE A MOMBELTRÁN Y ARENAS DE SAN PEDRO

Mombeltrán
La fría mañana del jueves 12 enero arrastra agujas de hielo cuando salgo de mi casa camino de una nueva aventura viajera. El termómetro marca dos grados bajo cero y en la televisión he escuchado las distintas temperaturas del territorio nacional, fijándome con detenimiento en la provincia de Ávila, lugar al que pretendemos llegar en esta fresca mañana: tres grados bajo cero y tiempo soleado. ¡Bueno (me digo a mí mismo), dentro de lo malo tenemos suerte!
La idea del viaje ha partido ¡cómo no! del incasable enreda que es mi amigo Antonio Dávila, Presidente de la Asociación de Amigos del Camino Real de Guadalupe, que quiere visitemos y recorramos parte del camino peregrino que desde las sierras de Ávila cruza las sierras de Gredos –ahora nevadas en sus cimas más altas– y desemboca en el monasterio de la patrona de Extremadura y de las Españas, así como el hacer una visita al Hospital de Peregrinos de Mombeltrán –ahora en fase de restauración y, naturalmente, visitar el convento de los franciscanos , a las afueras del pueblo, donde se guardan los restos del santo y lugar de paseo y peregrinación de los lugareños–. ¿A que dicho así parece una idea genial y enriquecedora? Pues vamos a ir relatando las distintas peripecias ocurridas durante tan ajetreada mañana.

Arenas de San Pedro
Cuando salgo de mi casa para coger el Metro hasta Alonso Martínez donde hemos acordado reunirnos para emprender la marcha a las nueve de la mañana, el día me recibe en el portal de mi casa con una bofetada de aire fresco que sutilmente baja de la sierra madrileña (el aire fresco de Madrid no apaga un candil pero hiere como una daga bien afilada). Sin embargo, el cielo se me presenta sin una sola nube, por lo que mi ánimo se estabiliza al saber que el tibio sol de invierno que a estas horas se despierta por oriente podrá vencer los inconvenientes del mañanero frío. A las nueve en punto, los cuatro intrépidos excursionistas emprendemos la marcha en el raudo automóvil del culpable de la madrugada.

Cuando salgo de mi casa para coger el Metro hasta Alonso Martínez donde hemos acordado reunirnos para emprender la marcha a las nueve de la mañana, el día me recibe en el portal de mi casa con una bofetada de aire fresco que sutilmente baja de la sierra madrileña (el aire fresco de Madrid no apaga un candil pero hiere como una daga bien afilada). Sin embargo, el cielo se me presenta sin una sola nube, por lo que mi ánimo se estabiliza al saber que el tibio sol de invierno que a estas horas se despierta por oriente podrá vencer los inconvenientes del mañanero frío. A las nueve en punto, los cuatro intrépidos excursionistas emprendemos la marcha en el raudo automóvil del culpable de la madrugada.

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