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ENRIQUE DÍEZ-CANEDO

Badajoz, 7 de enero de 1879 / México, 7 de junio de 1944


Estamos ante otra de las figuras literarias a nivel nacional, y por lo tanto de Extremadura, su tierra de nacimiento, más interesante de los años convulsos anteriores a la Guerra Civil. Nuestro personaje fue una figura clave, junto con las figuras que le rodeaban y que frecuentó, para entender los vaivenes políticos (monarquía, dictadura y república) de la primera parte del siglo en España. Un hombre así situado, inteligente, perspicaz, culto y tolerante se entiende que jugara también, como de hecho así fue, un papel primordial en la cultura, sobre todo en el periodismo, la crítica literaria –especialmente la del teatro– y en la poesía, primero modernista y después en varios registros poéticos.(1)

Desde que Díez-Canedo comenzó a publicar sus primeras poesías en su libro Versos de la Horas, 1906, hasta sus últimos artículos de crítica teatral en el Sol en vísperas de la Guerra Civil, o sus colaboraciones en Hora de España en 1938, ya en plena guerra, su nombre había ido adquiriendo merecido prestigio, tanto por sus cualidades humanas como por sus últimos saberes en los que fue maestro. Pero, tras la contienda española, Díez-Canedo, notable poeta y excelente crítico, es sistemáticamente silenciado por los estudiosos de la literatura española, de ahí la necesidad urgente de plantearse y de realizar una revisión sobre su vida y su obra.

El extremeño fue un personaje liberal, abierto e interesado por varias manifestaciones artísticas: literatura y arte; amigo de casi todos los escritores, pintores y músicos de la época y persona que, sin haber asumido nunca una militancia política, contribuyó, junto con sus allegados –Manuel Azaña en primer lugar– al advenimiento de la República y tomó parte activa –la más de las veces sin buscarlo expresamente– en el curso de los acontecimientos históricos de la España del primer tercio del siglo XX. 

Nuestro personaje havía nacido en Badajoz, hijo de una familia oriunda de Alburquerque, donde su padre, también llamado Enrique, estaba empleado en el Cuerpo de Aduaneros lo que llevó en sus años jóvenes a trasladarse sucesivamente a Badajoz, Valencia, Vigo, Port Bou y Barcelona, donde murió su padre y ciudad esta últimas donde vivió una infancia y una juventud excepcionales, pudiéndose relacionar con los hombres de letras del momento, y otros, jóvenes, que llegarían a alcanzar la fama. Su madre, Joaquina, fue una mujer nacida también en Alburquerque y de una educación muy exquisita para aquellos tiempos. Enrique, después de la muerte de su padre se licenció en derecho en Madrid, en 1903, ciudad a donde se había trasladado la familia y en la que falleció su madre no mucho tiempo después y donde se afincó hasta su exilio, pero su ocupación principal fue la de profesor de idiomas, preferentemente el francés, idioma que aprendió seguramente en el tiempo que residió en Port Bou, traduciendo de dicha lengua varios libros que llegaron a publicarse, así como algunos folletines para periódicos y siendo su gran pasión la literatura, sobre todo la poesía, aunque también podemos considerarlo como un gran crítico literario y teatral.

La vida del joven licenciado está en principios sujeta a la falta de medios económicos con los que mantener a la familia numerosa, siendo él el mayor de los hermanos, por lo que se pone a trabajar como profesor de Historia del Arte n la Escuela de Artes y Oficios y de Lengua y Literatura francesas en la Escuela Central de Idiomas y año en que gana su primer premio de poesía en El Liberal, con su obra: Oración de los débiles al comenzar el año. Eran los años de la ascensión imparable del modernismo, tanto español como hispanoamericano, con obras de Darío, Villaespesa, Manuel Machado, Lugones, Silva, etc. 

También en Madrid establece una serie de relaciones personales y culturales en círculos
como el Ateneo, los cafés de tertulias que asiduamente frecuentaba, la redacción de numerosos periódicos y revistas y en todos ellos destacó, sin arrogancia, gracia a su finura, discrección y buen gusto. Y desde Madrid estableció vínculos con toda Europa, pero, especialmente, con Hispanoamérica cuya literatura llegó a conocer y comprender –sin el paternalismo al uso entonces– mejor que nadie en su época.
 
Si desde el Ateneo de Madrid sigue el pulso agitado del país y el acontecer literario ya que se ocupó del homenaje a Rubén Darío, a Galdós, a Mariano de Cavia, de presentaciones como la de José María Gabriel y Galán y asistir a conferencias y lecturas hechas por sus autores; desde los cafés –especialmente desde El Regina, La Granja del Henar o Pombo, donde Ramón Gómez de la Serna, en 1922, le organizó un banquete de homenaje– que frecuentaba más asiduamente, forjaba, codo con codo con Manuel Azaña y otros contertulios, consciente o inconscientemente, la historia de España, sobre todo la política y la literaria. (Por el café aparecían normalmente Valle Inclán, Manuel Azaña, Cipriano Rivas Cherif, Araquistain, Martín Luis Guzmán, Melchor Fernández Almagro, Juan José Domenchina, Juan de la Encina, Álvarez del Vayo, Luis Bello, Luis G. Bilbao, Sindulfo de la Fuente o Juan Chavás, a los que habría que añadir algunos nombres de los que después llegarían a ser poetas y escritores importantes de la Generación del 27).

Desde su llegada a Madrid Díez-Canedo entablará amistades con hombres de la política como Manuel Azaña, lo que explica que el extremeño siempre jugará un papel importantísimo en el mundo de la cultura de su tiempo, en la que podemos distinguir tres facetas diferentes a cual más interesantes: la de conferenciante en España, la de difusor de la cultura española en misiones diplomáticas, principalmente sobre el mundo de la literatura y el arte español en Hispanoamérica y la del periodismo literario y crítico, ejercido en los principales periódicos y revistas del momento. 

Sus inicios como escritor están ceñidos al de poeta postmodernista, aunque luego evolucionara hacia posicionamientos más vanguardistas. La guerra civil que dividió para siempre a su generación, le obligaría a exiliarse a Méjico, en donde reprodujo fielmente las pautas, aficiones y gustos literarios con los que había triunfado en España, sobre todo en sus colaboraciones en medios de expresión escrita: Excélsior, El Nacional, Romance, etc., teniéndose que ganar la vida dando clases sobre literatura española, de la que era un excelente conocedor.

La historia de esta faceta suya comienza en El Liberal en donde publica en 1903 una poesía recién premiada por el periódico. A ésta, siguen otras en la revista Renacimiento y poco después sus actividades periodísticas no se limitan a las ya dichas sino que se amplían a las de crítico plural y polifacético. Así, colabora como crítico de poesía en la revista La Lectura, como crítico de arte en el Diario Universal y en El Faro, publicación que llegó a ser portavoz del pensamiento de jóvenes como Ortega y Gasset, Luis Bello, Luis de Zulueta, Adolfo Posada, Gabriel Maura y Pedro de Répide.

Por lo tanto, podemos afirmar que Enrique Díez-Canedo es un hombre fundamental de las letras de la primera mitad del siglo XX, y sus obras, tanto las que escribió en España como las que fueron apareciendo a lo largo de su exilio, bien con textos suyos o en antologías, forman un corpus imprescindible para cualquier persona que quiera conocer las tendencias y la sensibilidad poética de la época, así como conocer a través de su crítica literaria lo mejor que se iba publicando y los estrenos de obras de teatro de calidad que se representaban en España.

Se había casado en 1909 con Teresa Manteca y en el mismo año el matrimonio se marcha a vivir por un espacio de dos años a París, ciudad fundamental en la vida y obra del poeta. Sobre este viaje nos comenta documentadamente Andrés Trapiello: Vivieron los Canedo en París dos años. Para él esa ciudad era el centro de su vida y de su obra, no sólo porque fuese parte de su trabajo (al fin y al cabo siguió siendo profesor de francés hasta poco antes de salir hacia el exilio), sino por ser la parte central de una vocación poética que nacía directamente del tronco de la poesía francesa. Consagró ese tiempo, al margen de sus remunerados trabajos como secretario del Embajador de Ecuador, a escribir su poesía, a leer, a conocer a algunos escritores que llegarían a ser íntimos amigos suyos (Paul Morand, Matilde Pomès, Paul Valéry, Superville o Larbaud, de quien vertería al castellano magistralmente años después su Fermina Márquez) y a traducir igualmente a otros poetase en cuidadas versiones, muchas de las cuales pasarían a formar parte entonces de Imágenes, como antes había formado con otras Del cercano ajeno, como las que tres años más tarde cuajarían en La poesía francesa moderna, la fundamental antología que publicó con Fortún en 1913, una de esas conexiones providenciales para la poesía española.(2)
 
Uno de los primeros éxitos de Díez-Canedo es su libro Epigramas Americanos, 1928, reportajes sobre un viaje realizado por tierras americanas en las que nos cuenta sus impresiones sobre el paisaje, las ciudades y la gente con las que él tuvo trato. En este libro, el escritor ensaya una nueva forma de expresión que se caracteriza por la brevedad y por la intensidad, sin abandonar los hallazgos del modernismo. Díez-Canedo parece poner en práctica en estos epigramas lo que como crítico le gustaba y defendía: una expresión sintética y sobria propia de la poesía oriental y de la poesía impresionista.(3)

Por muy diversas razones, entre ellas el exilio después de la guerra civil española con su clara defensa de la República, el nombre de Díez-Canedo estará siempre unido a América: recorrió muchos de sus países en distintos viajes, bien en viajes de conocimiento, o bien llamado por las distintas universidades para impartir seminarios, conferencias y cursos sobre literatura española. También desempeñó cargos diplomáticos en Uruguay (4) y Argentina (5), y, cuando ya se veía próximo el desenlace de la guerra civil española, la Universidad Autónoma de México le ofreció formar parte del claustro de profesores. Allí se dirigió Díez-Canedo, quien llegó a tierras mexicana en octubre de 1938 y, finalmente, allí vivió exiliado los últimos años de su vida y allí murió en 1944. No limitó su crítica y su poesía a España y Europa, sino que dado su gran conocimiento de los territorios americanos exploró también su rica literatura, y lo hizo con la laboriosidad e intensidad que le caracterizaba. Creemos que, por aquellos años, fue el mejor divulgador del mundo de la cultura hispanoamericana, e introdujo en España a muchos de sus escritores, como bien se le ha reconocido muchos años después. Sería demasiado prolijo traer a estas páginas los numerosos reconocimientos que los escritores hicieron sobre esta labor desinteresada del extremeño. Como ejemplo vamos a recoger lo que al respecto nos dice Luis Enrique Délano: Yo sé que tengo una deuda con la memoria de don Enrique Díez-Canedo, como chileno y como escritor chileno. Yo sé que durante una época entera, todo lo que va corrido de siglo no hubo en España otro crítico que se ocupara de nosotros, de nuestras producciones, de nuestros versos, de nuestras novelas y de nuestras obras históricas. Unamuno conocía muchos libros chilenos, pero sólo sabía juzgarlos acremente, sin pensar que carecíamos de tradición literaria, de siete siglos en España. Don Enrique conocía también muchos de nuestros libros, los cuales trataba con su bondad abierta, con su grande y clara comprensión, con su magnífico espíritu de equidad que derramaba.(6)

De vuelta a Madrid, a su viejo puesto como profesor en la Escuela de Idiomas, iba a
encontrarse con algunos pequeños reconocimientos personales. El primero de ellos fue el nombramiento como académico de la Española, después de que Juan Ramón Jiménez, a quien le había propuesto el mismo sillón el doctor Marañón, desviara a éste a la figura de Canedo.

La tragedia de la guerra civil afectó a los Canedo, como a tantos otros, de una manera despiadada, dispersándoles y llenando sus vidas de incertidumbre. Trapiello nos informa de que mientras conseguían poner a salvo a las mujeres, (María Luisa había pasado un año en los Estados Unidos, hasta que se reunió en París con su madre y su hermana María Teresa, casada con Francisco Giner de los Ríos, secretario de la embajada de España en Londres, y la hija pequeña de ésta), los hombres afrontaban cada cual desde su puesto un destino poco halagüeño; los hijos, cada uno en un frente, en primera línea, y el padre, viejo y enfermo de corazón, ya en Barcelona, a donde llegó desde Valencia, tratando de salir adelante, sin trabajo y sin dinero. Fue el momento en que recibió la invitación del general Cárdenas, presidente de México, viejo amigo suyo, para que se trasladara a su país para refundar, con Alfonso Reyes, la Casa de España, futuro Colegio de México. Canedo salió hacia París, donde se reunió con su mujer, sus hijas y sus nietas, y partieron hacia México, a donde llegaron un 12 de octubre de 1938.

La muerte del crítico en tierras mexicanas le privó de mayor fama en tierras españolas, dada la dificultad de encontrar sus obras, a diferencia de otros escritores de la diáspora: María Zambrano, Francisco Ayala, Manuel Andújar, Rosa Chacel, Rafael Alberti, etc. que sí volvieron del exilio y tuvieron tiempo para recibir el calor de su público y los merecidos premios a sus obras. Por el contrario, Díez-Canedo tendría todo el reconocimiento y el respeto de los autores Hispanoamericanos, dado el gran conocimiento que el extremeño tuvo de los mismos y a los que dedicó infinidad de páginas, en una época en la que se solía desconocer muy poco a los escritores americanos.

Podríamos decir, y nadie nos podrá acusar de favoritismo o de prosa laudatoria, que para llegar a ser algo dentro del introvertido de las letras, era necesario merecer la atención y alguna crítica de Díaz-Canedo. Por ello, su opinión sobre cualquier libro o obra de teatro que quisiera publicarse era muy buscada por los autores y el número de artículos dedicados a ellos es muy numeroso y, naturalmente, valorados por el público lector.

Como acertadamente nos señala José María Fernández Gutiérrez, el grueso de la obra de Enrique Díez-Canedo se encuentra en el archivo virtual de la edad de plata de la cultura española contemporánea (1868-1936) de la Residencia de Estudiantes, sita en la Colina de los Chopos, en Madrid. Nos sigue diciendo que a este archivo pertenecen todos los libros d ela Residencia de Estudiantes, Casona de Tudanca, Fundación García Lorca, Fundación Francisco Giner de los Ríos, Fundación Max Aub, Archivo de Jesús Bal y Gay, Archivo de José Moreno Villa, Archivos de la Junta de Estudios e Investigaciones Científicas, Archivo de Benjamín Jarnés, Archivo de Gustavo Durán, todos ellos vinculados al de la Residencia de Estudiantes. Y nos sigue diciendo José María Fernández Gutiérrez, que otro número importante de títulos se encuentran en el Catálogo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional. Y, finalmente, también se citará como fuente de información y de localización de obras de Díez-Canedo, los Catálogos de las Bibliotecas Públicas del Estado, el de la Agencia Española del ISBN y el fondo bibliográfico del Colegio de México.

José Luis Martínez, director de la Academia de la Lengua Española en México nos recuerda que: Con su mujer Teresa,(7) sus hijas María Luisa y María Teresa y su hijo Enrique, don Enrique Díez-Canedo (1879-1944) llegó a la ciudad de México en 1939, uno de los primeros de la avanzada de la emigración republicana. Comenzó a dar clases en la Facultad de Filología y Letras d la U.N.A.M, supongo que sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez. Sabíamos que él había sido en los periódicos madrileños uno de los críticos literarios más atento a las letras americanas y que sobre las nuestras se había ocupado de las novelas de Azuela y Guzmán y de los poetas de Contemporáneos, y que previamente había escrito sobre Ruiz de Alarcón y Sor Juana y sobre los poetas del Postmodernismo, Icaza, Rebolledo, Tablada, Gonzalez Martínez, Reyes y Maples Arce, y al mismo tiempo sobre las figuras paralelas Hispanoamericanas.

Don Enrique era una persona de discreta, suave sabiduría. Con su voz atiplada siempre sonriendo, sin modular su voz ni enfatizar. Cuando, conversando con Alfonso Reyes llegábamos a un punto en que ambos ignorábamos, don Alfonso me decía: “Eso lo consultaremos con Enrique Díez-Canedo”. Y en efecto, él desataba nuestras dudas. Pronto, el tropel de Tierra Nueva, Alí Chumacero, Jorge Fernández Durán, María del Carmen Millán, Pina Juárez Frausto y Ramona Rey Doce, comenzamos a frecuentar el departamento de Díez-Canedo, por el rumbo de la Tabacalera, que se iba llenando de libros que compraba don Enrique.

Recuerdo un Víctor Hugo en sesenta y tantos tomos, que se dio el gusto de releer de punta a punta. Y luego llegó Paco Giner, queu se casaría con María Luisa, y Joaquín que se inscribió con nosotros en la Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones de la Ribera de San Cosme, y que sería unos de mis amigos más queridos y al que perdimos hace unos meses.

Breves fueron los años en que disfrutamos a don Enrique. Un lustro apenas y aquí le dimos tierra mexicana. Creo que de sus libros mexicanos sólo alcanzó a ver Juan Ramón Jiménez en su obra (1944). Pero su hijo Joaquín se empeñaría en imprimir sus libros para que su memoria se mantuviera. “A hombres como él debemos el actual entendimiento y la mayoría de edad a que hemos llegado en materia de universalidad hispana”, comentaba Alfonso Reyes.

El celo filial de Joaquín reunió la mayor parte de los estudios literarios y dramáticos de su padre bajo el rubro de “Obras de Enrique Díez-Canedo”, en Conversaciones literarias, tres series (Joaquín Mortiz, México, 1964 y 1965); Estudios de poesía española contemporánea (Joaquín Mortiz, México, 1965) y Artículos de crítica teatral. El teatro español de 1914 a 1936 (Joaquín Mortiz, México, 1968, 4 volúmenes.).

Enrique Díez-Canedo fue un poeta, traductor, crítico teatral, antólogo y ensayista de minorías, “de fino ingenio y concepto sutil”. “El secreto de su poesía –dice Guillermo Díaz-Plaja– es la noble comprensión de sus limitaciones, su solvencia intelectual y el sobrio equilibrio de sus elementos”. Y era un sabio dulce y bondadoso.(8)



1.- Enrique Díez-Canedo. El poeta y sus circunstancias. J. Mª Fernández Gutiérrez.
2.- Prólogo a Poesías, en  La Veleta, página 17. Granada, 2001.
3.- los Epigramas americanos de don Enrique Díez-Canedo. Elda Pérez Zorrilla.
4.-  A finales de diciembre de 1932 es nombrado ministro de la legación española en Uruguay, cargo que desempeñó desde el 8 de febrero de 1933 hasta ell 8 de junio de 1934.
5.- El diario La Voz de 24 de abril de 1936 anuncia su nombramiento como embajador en Argentina, cargo que ostentará desde el 23 de junio de 1936 hasta el 17 de febrero de 1937, fecha en que después de aceptar su dimisión, vuelve voluntariamente a España.
6.- Luis Enrique Délano.- Don Enrique Díez-Canedo y los Chilenos. Litoral, nº 33.34, pág. 12. 1944.
7.- Había conocido a su esposa, Teresa Manteca, en un concierto del Teatro Real, con la que se casó en 1909.
8.- Recuerdo de don enrique Díez-Canedo. José Luis Martínez.       

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