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¿Hispanidad Guadalupe o el Pilar?

Por Vicente Sánchez-Cano
Presidente de GUADALUPEX
Viernes 11-10-2013
Diario HOY


Nadie parece cuestionar que la Virgen de Guadalupe es la Patraña de Extremadura, aunque no esté integrada en su Provincia Eclesiás­tica. Sin embargo, sí parece cuestionarse su condición de Patrona o Reina de la Hispanidad, a pesar de que el 12 de oc­tubre de 1928, el cardenal Primado de España, Pe­dro Segura, como legado del Papa Pío XI, y en pre­sencia del rey Alfonso XIII, coronara canónicamen­te a Santa María de Guadalupe como “Hispaniarum Regina o Reina de las Españas, como reza en el an­verso de la lustrina de su corona. Es frecuente que en los medios de comunicación, y en la opinión pú­blica en general, cada vez más, se identifique a la Patrona o Reina de la Hispanidad con la Virgen del Pilar. Sin querer entrar en una polémica, nada más ajeno a nuestra voluntad, que enfrente a ambas ad­vocaciones marianas, si conviene aclarar lo que en­tendemos una tergiversación, manipulación o error, cada vez más extendido, en defensa de la verdad histórica documentada.

La íntima vinculación del santuario de Guadalu­pe, tanto con el descubrimiento de América como con su colonización y evangelización, está sobra­damente documentada, siendo así invocada por la Unesco el 11 de septiembre de 1993, cuando al de­clarar a Guadalupe Patrimonio de la Humanidad ar­gumentó: «Porque la famosa imagen de la Virgen de Guadalupe ha sido el símbolo más representati­vo de la cristianización de una gran parte del Nue­vo Mundo». Y en efecto, así lo atestiguan los he­chos. Guadalupe gozó del máximo fervor de los Re­yes Católicos, que estuvieron en sus aposentos no menos de 22 veces; allí recibieron a Colón el 21 de abril de 1486, y en Guadalupe firmaron dos sobre­cartas reales el 20 de junio de 1492 para que, con la mayor celeridad posible, Colón em­prendiera la gesta, además de ur­gir el cumplimiento de las reales provisiones de 30 de abril de 1492, con la entrega a Colón de dos cara­belas para el viaje. El propio Almirante peregrinó al santuario de Gua­dalupe, al menos, en tres ocasio­nes: en la Semana Santa de 1486, como ya hemos indicado, para in­vocar su protección en la difícil aventura que se disponía a empren­der. Después de su primer viaje, en cumplimiento de una promesa que dejó anotada en su Diario de Nave­gación el 14 de febrero de 1493, es­tando en alta mar, y de regreso del mismo. Por último, el 29 de julio de 1496 para bautizar allí a dos in­dios criados suyos, Cristóbal y Pe­dro, que convierten a Guadalupe en el primer lugar de cristianización de indios. Pero además, como atestigua el propio Colón-por carta escrita en La Es­pañola en enero de 1494, y dirigida a los Reyes Ca­tólicos, impuso el nombre de Guadalupe a la isla Turaqueira el 4 de noviembre de 1493, durante su se­gundo viaje. Y también fue obligada invocación para muchos de los capitanes y soldados de la conquis­ta, en una gran mayoría extremeños; para los pri­meros misioneros de la Nueva España, y para mu­chos prelados y virreyes que gobernaron las Indias. Pero si todo lo expuesto no fuera suficiente, ahí es­tán los santuarios, ermitas y altares alzados en toda América a la Virgen de Guadalupe y la abundante toponimia guadalupense del Nuevo Mundo.

Mientras que Guadalupe estuvo muy presente en el descubrimiento, conquista y evangelización de las Indias, la presencia iconográfica-devocional de la Virgen del Pilar no llegaría al Nuevo Mundo hasta la segunda mitad del siglo XVII, bastante des­pués de que el Ayuntamiento de Zaragoza, en 1613, trasladara la fiesta del Pilar del 2 de enero al 12 de octubre para reivindicar, muy a posteriori, su rela­ción con el Nuevo Mundo, y cuando el culto y la de­voción a la Virgen de Guadalupe ya era un hecho irrefutable por toda América. Estas fueron las con­clusiones a las que llegaron dos eruditos estudios encargados por el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1941, como comentaremos después.


El 12 de octubre de 1892, con motivo del IV Cen­tenario del Descubrimiento, la regente María Cris­tina y Cánovas del Castillo, por decreto firmado en La Rábida, instituyen «... como Fiesta Nacional el aniversario del día en que las carabelas de Palos de Moguer arribaron a las costas de Guanahaní...». Pos­teriormente, Rodríguez San Pedro, desde la orga­nización Ibero-Americana, introduciría, en 1913, el concepto de 'Fiesta de la Raza' para referirse a la misma. Esta denominación se consagraría oficial­mente en 1918 por decreto de Antonio Maura, fir­mado por Alfonso XIII. Mientras tanto, el presiden­te de la Argentina, Irigoyen, en 1917, declara tam­bién Fiesta Nacional de su país el 12 de octubre, siendo el precursor de los demás países iberoame­ricanos. Un grupo de intelectuales, entre los que se encuentran Unamuno, Maeztu, el arzobispo Goma y el obispo Vizcarra, cuestionan esta deno­minación e inician desde Argentina un movimien­to para cambiar Raza” por “Hispanidad, al conside­rar inadecuada aquella. Será el 12 de octubre de 1939, en la celebración del día del Pilar, y en Zaragoza, cuan­do Franco instaure la fiesta de la Hispanidad. Al no tener muy claro si la titularidad de 'Reina de la Hispanidad' correspondía al Pilar o a Guadalupe, en 1941, Franco encarga a dos especia­listas sendos estudios. Al fran­ciscano aragonés Villacampa sobre el Pilar, y al jesuíta extre­meño sobre Guadalupe. Las conclusiones fueron terminan­tes a favor de Guadalupe, pero nunca se hicieron públicas. Por decreto de 10 de enero de 1958, firmado por Franco y Carrero Blanco, se declara oficialmen­te el 12 de octubre Fiesta Nacional y Día de la Hispanidad. Con la restauración borbónica, el decreto 3217/1981, refrenda el 12 de octubre como Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad. La Ley 18/1987, ra­tifica y «establece el Día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre», pero prescinde de la denominación Día de la Hispanidad. La coinciden­cia en el 12 de octubre del Día de la Hispanidad y de la celebración del día de la Virgen del Pilar ha llevado a muchas personas al extendido error de considerar a la Virgen del Pilar patrona de la Hispa­nidad, cuando este título lo ostenta por derecho propio, según lo expuesto, la Virgen de Guadalu­pe. Que cada uno saque sus conclusiones.



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