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VIEJOS PALACIOS, IGLESIAS, CONVENTOS, MESONES, TASCAS, Y CEMENTERIOS DESAPARECIDOS DE MADRID

VIEJOS PALACIOS, IGLESIAS, CONVENTOS, MESONES, TASCAS, Y CEMENTERIOS DESAPARECIDOS DE MADRID


         Queridos amigos, socios y simpatizantes de Beturia:

        
Como cada año por las fechas navideñas y en un afán de ampliar nuestro espacio cultural, normalmente ceñido a nuestra tierra extremeña, la Asociación Cultural Beturia/Beturia Ediciones, quiere regalarles a sus socios un singular trabajo sobre la ciudad que nos acogió y en donde tenemos nuestros trabajos, nuestras casas y nuestras familias.

         Madrid, ciudad de aluvión desde su nombramiento como capital del reino en 1561 por el rey Felipe II, ha reunido en sus calles, sus palacios, sus iglesias, mesones y tascas, así como en sus cementerios –por nombrar los más importantes elementos de su configuración como ciudad–, suficientes historias y leyendas (¡Ah, las leyendas de Madrid. Cuántas veces tendríamos que prestar atención a sus hermosas leyendas para comprender de una manera más satisfactoria la forma de ser y de vivir de los madrileños!) como para llamar nuestra atención y trasladársela a nuestros asociados, por su belleza e interés histórico y artístico.

         El rápido crecimiento de la gran ciudad en que se ha convertido Madrid, los grandes cambios sufridos en un centenar de años que comenzaron con el derribo de las cercas que por motivos puramente de control urbanístico o tributario constreñían el libre ensanche de la Villa y Corte, ha hecho que ya libre de corsés, haya emprendido el camino de renovación, engalanamiento y modernización, tanto de sus estructuras como de sus servicios fundamentales en pro de una mejor prestación de apoyos y ayudas que hagan más fácil la convivencia de sus vecinos.

         También la forma de vivir de los madrileños ha cambiado conforme la ciudad ha ido creciendo y ensanchándose. Las enormes distancias entre sus barrios, afortunadamente resuelta por sus ayuntamientos por unos excelentes servicios de transportes públicos; los horarios de trabajo de una ciudad que está a la cabeza del desarrollo industrial y creación de riqueza del país, el posible aislamiento en barrios periféricos o ciudades dormitorios, han limitado el tiempo que los ciudadanos dedican al ocio y al descanso, dándose la triste circunstancia de que pocos madrileños –nacidos o allegados– conozcamos a fondo la ciudad en la que vivimos.

         Si bien es verdad que este rápido crecimiento urbanístico, o por mejor decir, la usura de sus principales ejecutores y unas laxas políticas municipales, han hecho desaparecer, en beneficio propio, parte de la Historia de una ciudad que a todos nos pertenece (solamente con las desamortizaciones emprendidas por los gobiernos en el siglo XIX desaparecieron cientos de importantes conventos madrileños con sus irrecuperables riquezas artísticas y la pérdida de importantes bienes eclesiásticos). Si a esto sumamos la desaparición de monumentales iglesias o la incomprensible demolición de los fastuosos palacios que embellecieron a finales del siglo XVIII y principios del XIX el llamado “Barrio del marqués de Salamanca”, lugar de residencia de la nueva burguesía bancaria e industrial y de los que solamente nos han quedado una veintena, hoy en manos del gobierno o de sociedades comerciales, tendremos una somera idea de la pérdida de un importantísimo bagaje cultural en aras de la especulación inmobiliaria y del desmesurado enriquecimiento de unos pocos y desaprensivos beneficiarios.

         Hay que recordar que estamos hablando del barrio de Salamanca, que tiene una arquitectura fascinante, formada a base de palacetes y fincas señoriales de entre siglos. Es muy característico su estilo francés, tanto en el trazado cuadriculado y amplio de las calles como en el cuidado diseño de sus edificios. Fachadas delicadamente ornamentadas con balconadas y cúpulas, ventanas con enrejados y majestuosos portales que permitían la entrada de carruajes. Quizás la zona más atractiva sea la que encontramos al sur de la calle Ortega y Gasset, hasta Goya, entre las calles Serrano y Príncipe de Vergara. Merece la pena darse un paseo, despacio, mirando hacia arriba y disfrutando de la contemplación de algunas obras fantásticas, muchas de ellas tendrán su hueco en nuestro trabajo sobre viejos palacios o mansiones de Madrid.

         Pero no crean que esto de levantar mansiones distinguidas en barrios exclusivos para los dueños del dinero eran afanes de otros tiempos ya pasado en Madrid. Muy por el contrario, este deseo de exclusión de lugares o barrios comunes sigue en estos momentos de rabiosa actualidad, aunque los antiguos miembros de la burguesía del dinero, como sucedió con ellos cuando suplantaron a la más rancia nobleza, hoy tengan que compartir espacio con un fenómeno nuevo como puedan serlo los millonarios y analfabetos futbolistas o toreros de moda, que se han apuntado en estos últimos años a la fiebre de poseer las mejores y más caras viviendas de la ciudad, levantadas en los más exclusivos barrios de Madrid, como lo puedan ser “La Finca”, Torrelodones, Galapagar, etc.

         El madrileño corriente, así como el turista común que nos visita, camina por las calles de Madrid con la vista puesta en los escaparates de las numerosísimas tiendas de moda o en los apetecibles reclamos de los innumerables bares y cafeterías que de un tiempo a esta parte invaden espacios que no hace mucho eran lugares de paseo, sin levantar los ojos hacia las hermosas fachadas de los edificios en los que se ubican dichos locales, muchos de ellos antiguos palacios por donde pasó la gran historia de la ciudad y de España.

         Igual sucede con nuestras viejas y magníficas iglesias. En muchas ocasiones, en nuestro deambular por problemas de trabajo o en paseos lúdicos por las calles y plazas de la ciudad, pasamos delante de ostentosas fachadas que llaman momentaneamente nuestra atención, nos preguntamos la advocación de la misma, pero pasamos de largo sin que lleguemos a entrar en su interior a conocer su importante historia o la manificencia de los tesoros artísticos que guardan, al margen, naturalmente, de ser lugares de culto y centros de espiritualidad para los creyentes.

         El tercer tema abordado, los Mesones, Bares y Tascas madrileñas, podríamos decir que es que es un asunto casi inalcanzable para su estudio, dado el inabarcable número y la importancia que muchos de ellos han tenido y tienen en la vida diaria de la capital del reino. Los parajes de Madrid, cruce de caminos en la meseta castellana durante el Medievo, estaban salpicados de numerosos y bien abastecidos mesones, fondas y lugares para el descanso donde satisfacer las necesidades de los numerosos arrieros, ganaderos y comerciantes que recorrían sus caminos. Pero va a ser en el siglo XVI, con el nombramiento de la Villa de Madrid como capital de los reinos de España, cuando la ciudad comience su imparable crecimiento de población y, por tanto, como puede suponerse, del aumento de establecimientos para atender a los innumerables viajeros que a ella se acercaban para sus transacciones comerciales, asuntos políticos o de índole lúdico que la nueva ciudad ofrecía a los forasteros.

         Los nuevos tiempos y la transformación de los pueblos y ciudades españoles –a la cabeza ciudades como Madrid– en unas sociedades más liberadas en el ámbito económico, han permitido que los ciudadanos dediquen más tiempo y recursos económicos a disfrutar de lo que se ha dado en llamar “estado del bienestar”, cuyo mejor exponente podríamos decir queda reflejado en los nuevos y en muchos casos deslumbrantes y bien surtidos establecimientos hostelero, muy alejados de aquellos otros que llegaron hasta los años 60 ó 70 del pasado siglo, que cubrían escasamente las necesidades más perentorias. Para placer y comodidad de los madrileños, muchos de los iniciales establecimientos de comidas o de bebidas se han ido reformando hasta adecuarse a los nuevos tiempos y nuevos gustos de los clientes, pero conservando su prestigio de antaño e, incluso, en muchos casos, su singular decoración inicial, lo que los hacen muy atractivos para los turistas que nos visitan.

         Naturalmente, en este recorrido por mesones, bares y tascas de Madrid, no alcanzaremos a describir todos los que han sido o siguen abiertos en la actualidad, pero sí aquellos que han dejado en el recuerdo de la gente su bien hacer o la calidad de sus platos y que nosotros hemos conseguido rescatar –en muchos casos– de su injusto olvido.

         Asunto distinto, por las connotaciones lúgubres que para algunos tiene, es el tema de nuestro cuarto estudio, Los cementerios y Sacramentales desaparecidas y actuales de Madrid. El hombre, en su eterna contradicción, por una parte teme a la muerte aún cuando caminemos hacia ella desde el primer momento de nacer; por otra, en un vano intento de sobreponerse a ella, o de sobrevivir en el recuerdo a la misma, se ha gastado fabulosas sumas de dinero en levantar “imperecederos” panteones para, entre otras connotaciones, dejar fijo el recuerdo de su paso por esta vida. Si visitamos los cementerios madrileños –por fijarnos solamente en este trabajo, pues el caso debe valernos para los cementerios de todo el mundo–, podremos observar nada más entrar en los mismos, cómo el hombre pretende, aparte de lo ya dicho en el terreno de sobrevivirnos después de la muerte, mantener su estatus social y diferenciarse de aquellos que no han tenido tanta suerte –o tanta fortuna, que no es lo mismo–, según entendemos nosotros.

         Nada más dar un repaso visual por encima de lo que es realmente un cementerio, es decir, la ciudad de los muertos, o el lugar donde depositamos nuestros restos a la espera del Juicio Final, podemos distinguir un bosque de figuras de mármol de Carrara, de Macael, o de granito de Colmenar y Villanueva de la Serena, donde los grandes escultores, o los mejores arquitectos de cada tiempo, han ido esculpiendo maravillosas figuras o levantando magníficos templetes como homenaje a la soberbia de quienes no serán más que polvo y olvido, tal y como le sucede al más humilde de los mortales enterrado en la más humilde de las fosas.

         Esto que decimos no es que sea noticia de tiempos nuevos. Desde que el hombre guarda el recuerdo de sus muertos, es decir, desde la aurora de la historia del hombre, este comportamiento ha seguido siendo el mismo. Si damos un repaso a la Historia, podremos observar que lo que nos queda de ella, aparte de la leyenda (¡otra vez la leyenda!), no son más que unos centenares de tumbas repartidas por todo el mundo, que por sus estructuras ciclópeas han sobrevivido al paso del tiempo, como lo puedan ser las pirámides de los faraones egipcios, o los sarcófagos vacíos y profanados de algunos templos. Pero al final, todo lo borrará el tiempo, aunque el hombre, en su infinita ceguera no quiera aceptarlo.

         Por nuestra parte, con estos trabajos sobre Madrid, solamente pretendemos distraer su atención en estas fechas navideñas y poner en sus manos noticias e información que de manera desperdigada o difusa aparecen en infinitos periódicos, revistas y libros ya fuera del alcance de muchos de nosotros.

         Para ello, hemos indagado en la impresionante Hemeroteca madrileña, o hemos revisado infinidad de libros escritos por los bien informados cronistas de la Villa, y hemos reunidos en un mismo trabajo cuatro temas o aspectos que sobresalen en el diario quehacer de una ciudad en la que vivimos y en la que nos encontramos muy a gusto como es la Villa y Corte de Madrid.


         Que ustedes lo disfruten y me corrijan.

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